Bertolucci, el sexo y la cámara
VALÈNCIA. He visto dos películas de Bertolucci esta semana, sin quererlo, por casualidad. El último tango en París, tal vez su película más conocida, elogiada y controvertida, protagonizada por Marlon Brando y estrenada en 1972, y The Dreamers (Soñadores fue su título en España), estrenada en 2003 y ambientada en el París de 1968.
Para muchos críticos y espectadores, El último tango en París habla de refugiarse en el anonimato para huir de las entrañas de una sociedad que no hace más que demandar explicaciones y compromisos, pero no es capaz de dar nada a cambio. Sería la historia del hombre que lo ha vivido todo, y cree que la satisfacción de sus instintos es ya lo único que importa.
The Dreamers es, por su parte, el Mayo francés cansado de sí mismo, que se mira al espejo y se ve triplicado, obsesivo, casi imaginado. La película cuenta la historia de tres jóvenes y su relación con el cine, con la revolución y con el sexo.
Además de en la ciudad de la luz y en la ya insinuada “no aceptación de la sociedad” –como si aquello de lo que formamos parte todos pudiera ser radicalmente no aceptado por alguna triquiñuela que nos borrara de la faz de la tierra– es en este último punto donde coinciden las dos películas del director italiano: en el sexo.
El sexo como respuesta ante la sociedad, por sus connotaciones primarias de naturaleza frente a cultura. Porque no nos encontramos en estas dos películas escenas de la intimidad conyugal ni voluntades de perpetuar la especie humana, sino sexo de descarga, a contrarreloj, entre jóvenes que se descubren por primera vez, aislados del mundo exterior por las paredes de una casa antigua, o entre adultos que buscan una habitación vacía entre las mismas paredes de la misma casa antigua, pero que hace tiempo dejó de estar aislada.
Destaca en ambas cintas la mirada del cineasta: el espectador es consciente del hombre tras la cámara. En El último tango en París, lo es a través de Maria Schneider, que representa, en su semidesnudez más que recurrente, los propios deseos y obsesiones de Bertolucci. En The Dreamers esta lectura se hace incluso más obvia, pues es uno de los personajes el que expone la idea de que el cineasta no es, en cierto sentido, sino un voyeur, que demanda de la ficción aquello que no consigue sustraer de la realidad.