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'Estoy pensando en dejarlo': la última obra de un complejo y brillante Kaufman

El cineasta estrena su nueva y enigmática película en Netflix y da mucho de qué hablar
'Estoy pensando en dejarlo': la última obra de un complejo y brillante Kaufman
Imagen: Jessie Buckley al comienzo de la película

 

VALENCIA. La última película del director estadounidense Charlie Kaufman no ha dejado indiferente a nadie. Esto ya ocurría con sus anteriores trabajos; una muestra de ello son sus sensacionales guiones de Cómo ser John Malkovih, Adaptation y ¡Olvídate de mí! (o también conocida como Eternal Sunshine of the Spotless Mind, que le valió un Oscar al mejor guion en 2005). Tras escribir y realizar cintas igualmente espléndidas como Synedoche, New York y Anomalisa, Kaufman lo ha vuelto a hacer.

La semana pasada la plataforma de Netflix estrenaba Estoy pensando en dejarlo (I’m Thinking of Ending Things, en original), una adaptación cinematográfica de la novela de Iain Reid. Desde entonces la crítica no ha parado de divagar entre si se trata de una genialidad fruto de la mente de uno de los directores contemporáneos más originales, o de una cargante muestra de pedantería cultural del mismo. Kaufman vuelca en el filme tal cantidad de referencias (literarias, artísticas, cinematográficas) que a algunos les ha distraído de la verdadera razón de ser que poseen estas mismas. Miquel Echarri refleja magníficamente esta polémica en su artículo de El País.

Controversias aparte, Estoy pensando en dejarlo es una película que no deja de enfrentar al espectador con el dilema existencial de “¿Para qué? ¿Merece la pena?” y el ya consabido “¿Y si…?”. De principio a fin los personajes y las atmósferas en las que se inscriben desbordan inseguridad y desconcierto. Narrativamente es una película que también perturba; nos engaña haciéndonos creer que la trama girará en torno al personaje femenino interpretado por Jessie Buckley, que está pensando en dejar a su novio Jake (Jesse Plemons), justo el día que visitan a los padres de éste en su casa. A partir de la segunda mitad de la película comenzamos a comprender que Lucy, a la que han ido cambiando en nombre a Laurel, o Laura (porque en realidad no importa), es nada más ni nada menos que una imagen idealizada de lo que pudo haber sido.

Se trata de un viaje de introspección en la psique de este personaje masculino, del que elocuente y discretamente nos van llegando informaciones con las que finalmente se completa el puzle de su forma real; el Jake caballeroso, atento y afable del comienzo, que se sabe inteligente y diligente, termina por mostrarse tal cual es al final del filme: un hombre hecho y derecho, nada locuaz ni encantador, incapaz de entablar conversación con la mujer que podría haber llegado a ser su media naranja (eso no existe en el universo Kaufman).

El director, por medio de la deconstrucción del personaje de Jake, retrata comportamientos arraigados en nuestra cultura patriarcal que de la mano de la frustración, la incomunicación o los traumas derivan en violencia machista. Kaufman nos muestra el retrato de “un hombre violento cuando se le lleva la contraria, obsesionado con el control, con una idea de sí mismo como self made man culto e inteligente, obcecado con que las historias se cuenten como él quiere que se cuenten”, como acertadamente señala Fransec Miró en su artículo sobre la película: “Un personaje que, en más de una ocasión, se autoflagela por su analfabetismo emocional”.

 

Imagen: Jessie Buckley y Charlie Kaufman durante el rodaje de la película

La representación del musical que se lleva a cabo al final de la película es otra muestra más de la capacidad de contar por medio de la abstracción que posee Kaufman. En él se representa la lucha del hombre ideal (el Jake al comienzo de la película) que termina siendo asesinado por el Jake real, el conserje de instituto incapaz de tener la seguridad para hablarle a una mujer.

En cuanto al personaje femenino, en esta cinta es visto en todo momento a través de la mirada masculina, lo que pasa es que el espectador no se da cuenta hasta ya transcurrida su hora, hora y media de película. Lucy, Laura, quien sea, es observada desde un principio por un anciano Jake desde su ventana, y es este momento el que conecta con el “¿Qué podría haber ocurrido?”, constante en la película. Ella no es más que la representación de la relación que hubiesen podido tener, si en algún momento hubiesen llegado siquiera a hablar.

Todas las significaciones, las abstracciones y posibles interpretaciones que tan siquiera se muestran en la película, Kaufman las inserta de forma tan específicamente sutil que da gusto. Además, Kaufman maneja extraordinariamente los ambientes que van evolucionando en angustia y confusión, como la escena en casa de los padres. El espectador no tiene aún ni idea de qué está pasando (recordemos, está siendo engañado y manipulado con cambios bruscos de personajes y tiempos) y esa incertidumbre incluso infunde miedo.

Algo recalcable también es esa visión pesimista acerca de la vida y el amor que tan bien define al director, y que, a mi parecer, lo hace especial a su manera. Como bien relata Guillermo Zapata en su texto, es por medio de las ficciones que Kaufman consigue reflejar el silogismo del sinsentido de la vida derivado de la insoportable certeza del fin: “Te cuento el cuento de que nada tiene sentido porque como nada tiene sentido lo único soportable es este cuento. Este cuento y el amor”. También el amor, no tanto en esta, pero sí en películas anteriores, entendido como esa suma de aciertos y errores que traen gozo y alegría a nuestras vidas, al mismo tiempo que sufrimiento y dolor, pero que inevitablemente nunca dejaríamos de cometer.

Tipo: Noticia
Tema: Cultura
Territorio: España
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